Un año más el tío tap cierra por vuelta al curro, no sin antes dejar un último post con las sensaciones encontradas en este viaje.
Aterrizamos en Bangkok con un mes por delante para recorrer Tailandia, Laos y Camboya. Tres países, seguros, fáciles de trato y sencillos de recorrer en autobuses customizados con visillos que te llevan por carreteras donde el tiempo se detiene.
De los recargados y dorados templos de Bangkok a las profundidades del norte de Tailandia, recorriendo en destartaladas bicicletas antiguos imperios bajo la atenta mirada de enormes budas de piedra que dejan pasar los años en huelga de manos caídas. Esta tranquilidad de Shukothai, solo interrumpida por los acordes de insomnes gallos desafinados se torno en los bulliciosos mercados nocturnos de recuerdos y pilinguis de Chang Mai, ciudad a la que no le falta oferta turística pero de la que salimos en busca de algún lugar donde el tiempo viajase más despacio.
Un curioso paso fronterizo en forma de Mekong nos dió la bienvenida a Laos, país este en el que sus habitantes funcionan a menos revoluciones que sus vecinos tailandeses y que está a años luz del ritmo al que nosotros estamos acostumbrados. En los restaurantes se rigen por un riguroso orden de llegada, los Laosianos no son de fácil estresar, así que lo mejor es dejarte contagiar de su espíritu tranquilo y disfrutar por un tiempo de una vida sin prisas.
Dos jornadas de descenso por el río Mekong en compañía de mochileros de todas las nacionalidades nos llevaron hasta Luang Prabang, ciudad que mezcla el colonialismo francés, la arquitectura budista y las túnicas naranjas de sus jóvenes monjes. Este es un buen lugar para perderse por un tiempo, siendo más que recomendable hacer uno o varios días de trekking o disfrutar del entorno realizando deportes aventura por los parajes que rodean este bello lugar. Para los que como yo tengan fascinación por los paquidermos no pueden dejar pasar la oportunidad de darse un baño con uno de estos majestuosos animales en las cascadas de Tat Sae. Algo que a priori puede parecer una turistada se convirtió en una experiencia tan difícil de explicar como de olvidar. Ver atardecer con una beer lao en una de las terrazas con vistas al Mekong o realizar compras de artesanía en un mercado donde el regateo se hace difícil por la amabilidad de sus dependientas son otros de los activos que hacen de este un lugar especial.
Las muchas horas necesarias para recorrer este país por carretera te dan la oportunidad de descubrir la cara laosiana más humilde, plasmada en pequeñas sonrisas que interrumpen sus juegos a orillas de las carreteras para lanzar un saludo a nuestro paso. Llegamos tras un fugaz paso por Vang Vieng a una de las 4000 islas, donde nos encontramos con un paisaje de campos de arroz y paisanos que te reciben con un amable sabaidi (hola en Laosiano). Aquí se respira un ambiente de calma y tranquilidad donde no llegan los ecos de primas de riesgo ni crisis financieras. Lugar perfecto para perderse pedaleando entre arrozales y dejar que pase el tiempo tumbado en una de las hamacas que encuentras en los porches de sus cabañas mientras disfrutas de una templada beer Lao (en Asia lo de la cerveza fría no se estila) mientras ves caer el chaparron que diariamente descarga a las 6 de la tarde. Nos despedimos de este pequeño y amable país con la sensación de haber disfrutado de un paraíso en el que aún no se han fijado las mayoristas de viajes, haciendo de él todavía un destino sin resorts perfecto para la práctica del turismo de mochila.
Ningún viaje es eterno y los tachones se hacen evidentes en nuestro calendario vacacional, así que llegados a este punto nos vimos obligados a, montados en un autobús que nos llevó desde la frontera laosiana hasta Siam Riep, única parada en Camboya. País con una negra historia reciente que dejaremos en la lista de lugares pendientes de visitar.
Su relativa proximidad a Bangkok hace de este lugar un filón para las mayoristas que sumado al goteo de mochilas procedentes de Laos lo convierten en un destino atestado de turistas de todas las categorías y que tiene como único atractivo la visita a los templos de Angkor, ruinas de intensas miradas que han sabido promocionar. Del poco trato que tuvimos con los autóctonos resaltaremos las muchas camboyanas que salen en pijama a la calle haciendo las veces de las spanish marujis de chándal y tacones y el gran número de presumidas lady boys que habitan por estos lugares. Sobre los templos decir que no defraudaron, siendo el de Bayon el más impresionante con 200 enigmáticas caras sonrientes que te observan mientras paseas entre sus torres. Dos días son suficientes para visitar la antigua urbe de Angkor wat, si bien es recomendable contratar la compañía de un guía local para una de las jornadas. Los aficionados a la fotografía tenemos en este lugar un justificado madrugón en forma de amanecer para retratar el reflejo de Angkor Wat. Para conseguir la instantánea es necesario hacerse hueco a codazos entre los cientos de japoneses, pero la estampa merece la pena.
Los últimos días acompañamos a nuestras mochilas hasta las Tailandesas islas de Koh Pangan y Koh Tao para que se dieran un baño de arena y sol antes de volver a la realidad de nuestras vidas. Llegamos allí convencidos de encontrarnos con algo parecido a Ibiza o Benidorm y nos sorprendieron dos tranquilos paraísos de pequeñas calas salpicadas con cabañas que recorrimos a ritmo de motor bike.
Koh Pangan, isla famosa por sus full moon partys nos cautivó por sus playas mientras que en la vecina Koh Tao nos hicimos adictos al baño con tubo y gafas, ya que sus cristalinas aguas repletas de corales y peces de todos los colores te hipnotizan de tal manera que hace que tu espalda se tiña de un rojo intenso. Descubrir estas dos islas ha sido un asequible lujo que se exprimió al máximo asumiendo el riesgo del alquiler de motocicletas. He de advertir a futuros viajeros que lean esto que las carreteras tienen obstáculos en forma de cráteres y bancos de arena en mitad de las calzadas y los accesos a playas de ensueño se tornan a veces complicados, pero que se hacen factibles con un mínimo de precaución. Nosotros conseguimos salir de aquí sin ninguna herida o tatoo que es como llaman los lugareños a los escorchones producidos por accidentes de moto y nos trajimos solo como recuerdo cálidos atardeceres que quedaran grabados en nuestras memorias para siempre.
Volvimos donde empezamos, a la ciudad del eterno atasco de tráfico, Bangkok. Enorme urbe que nosotros resumimos en dos calles, Rambutri y Khaosan Road, gueto mochilero de mercados y puestos de comida callejeros donde disfrutamos de un phadthai con sabor a despedida. Despedida que no podíamos afrontar sin un último masaje tailandés que nos devolvió a nuestras rutinas.
Pdt. Ortzi, Estibaliz, Nacho, Elvi, Silvia y Victor ha sido un placer compartir parte de esta aventura con vosotros, espero que el destino haga que nuestros caminos vuelvan a cruzarse en algún mundo.